viernes, 5 de abril de 2013

Manifiesto de la asociación ADAVAS en el Lunes sin sol del 25 de febrero de 2013

Una mujer de 35 años aproximadamente ha fallecido el 20 de febrero en el barrio de Los Gladiolos de Santa Cruz de Tenerife. El agresor ha sido su expareja, de 42 años.
El pasado lunes 18 de febrero, una joven polaca de 32 años, Agniezska S., fallecía tras más de tres meses en el hospital Miguel Servet de Zaragoza a causa de una agresión de su pareja.
Un minuto de silencio
La desigualdad entre las personas, por razón de sexo, religión, raza, o cualquier otra diferencia singular o plural, genera marginación, injusticia social y violencia.

La igualdad entre las mujeres y los hombres, no solo debe ser considerada como un derecho individual, sino como un bien común para la sociedad, como un camino a seguir para el desarrollo real de la democracia, además de un medio para alcanzar el bienestar económico, social y humano de todas aquellas personas que conviven y comparten recursos materiales e inmateriales a los que tienen derecho por ser personas libres e independientes.

La igualdad real entre mujeres y hombres debe ser un motivo de orgullo democrático, signo de sociedades avanzadas, que ven como el pacto entre géneros y clases sociales, con el objetivo de una mejor distribución de la riqueza, permite el consiguiente acercamiento al uso de los recursos y a las mejoras sociales que hacen que la sociedad disfrute de ello, sea más feliz, más solidaria y menos violenta.

Por ello, se hace necesario, una vez mas, reivindicar, luchar por lo evidente, porque las mujeres tengan los mismos derechos y deberes que los hombres, porque sean consideradas ciudadanas de primer orden, con identidad propia, no por derivación o a través de los derechos de los hombres. Es decir, el derecho al trabajo, a la salud, a la educación, o a cualquier otro, ha de ser ejercido en libertad e individualmente por las mujeres, por el hecho simple de ser personas, no por ser esposa, hija, hermana, o por cualquier otro parentesco o relación.

Las mujeres conforman a nivel demográfico el 52 % de la población mundial, y solo hay que observar las estadísticas para comprender que no hacen uso, ni de lejos, no solo de los recursos económicos, sino tampoco de oportunidades de desarrollo personal y social a que tienen derecho, ni mucho menos en la toma de decisiones en los centros de poder en cualquier ámbito en el que se encuentren.

Para lograr la igualdad real, es decir en la práctica, no en teoría, entre mujeres y hombres, no sólo es necesario cambiar las leyes y éstas, respetarlas y ponerlas en práctica por parte de las administraciones y poderes públicos, sino que es necesario el cambio de mentalidad colectiva, evolucionar en nuestro imaginario personal hacia los modelos de igualdad, practicando acciones que tengan como objetivo el bien común, con nuestras hijas e hijos, padres, madres, hermanos, hermanas, vecinos, vecinas, es decir, con todo nuestro entorno.

De los hombres en general no es fácil esperar que se pongan en marcha de forma voluntaria para evolucionar hacia un cambio de mentalidad, el cual ceda terreno a los valores femeninos en detrimento de la pérdida de algunos de los suyos propios, y en aras de una integración real de todos los valores humanos. La experiencia nos lo demuestra y nos lo ha confirmado a lo largo de décadas y siglos. Por ello, es imprescindible que sean las mujeres las que se pongan en marcha, las que sigan trabajando en ese camino de la igualdad, un camino que avanza y retrocede continuamente, cuando las crisis de todo tipo, sobre todo las económicas, con sus recortes y con la salida de nuevo a la luz de modelos patriarcales, machistas, ingenuamente creídos, ya obsoletos, pero que desgraciadamente siempre están ahí, agazapados, acechando, para hacernos ver, que los avances no han cuajado en nuestro imaginario colectivo, sino que perduran y se fortalecen, cuando las mujeres no están alerta o abandonan la lucha.

A veces, las mujeres juegan papeles aprendidos desde niñas, heredados de generaciones anteriores, también víctimas del machismo, que fortalecen la vuelta a épocas pasadas, y hacen más difícil avanzar en el camino de la igualdad, eso, también tiene como consecuencia que la lucha de los nuevos movimientos de mujeres jóvenes no avancen con la rapidez que sería deseable, y que muchos de ellos retrocedan.

Es triste saber que existen muchos comportamientos de mujeres que potencian y dan alas a las prácticas machistas de tantos y tantos hombres, los cuales siguen siendo y ejerciendo de machistas radicales unos, otros enmascarados, intentan aparentar hipócritamente que están en contra de la desigualdad, y algunos que también los hay, por cobardía o por miedo a ser malinterpretados por otros hombres, toleran y miran para otro lado. En general todos participan en una medida u otra, de prácticas y gestos que desvalorizan y provocan el rechazo a las mujeres, y es cierto que, no un número pequeño de las propias mujeres, paradójicamente, también por miedo a ser rechazadas, se hacen eco de ello. Es un círculo vicioso e insano, del que es imprescindible alejarse de una vez por todas. No hagamos coro cuando los hombres ridiculizan o infravaloran a las mujeres. Tenemos que unirnos. No permitamos que los usos patriarcales enfrenten a las mujeres, olvidando quienes ejercen la violencia contra las mujeres.

Hemos de buscar la solidaridad entre todas nosotras, creando redes de apoyo materiales e inmateriales. El apoyo moral que lleva a la comprensión, a la aceptación, a la no marginación, es a veces tanto o más importante que la ayuda económica, imprescindible, sin duda, para la propia emancipación de las mujeres, pero, a la vez, el mundo emocional de las mujeres es tan rico que las hace más sensibles al sufrimiento, si eso es así, debemos tomar partido colaborando, no culpabilizando a las propias víctimas de la violencia machista de sus desdichas, con juicios que empeoran aún más su situación, disculpando, muchas veces, las agresiones de los hombres, que en definitiva son los que provocan ese sufrimiento, a través de una violencia ejercida por el poder que se otorgan a si mismos, por el analfabetismo emocional en el que están inmersos los agresores, y porque en definitiva la sociedad se lo consiente.
“Solo la organización y la solidaridad entre las personas hará posible la igualdad social entre todos los seres humanos y alejará la violencia que se ejerce contra las mujeres”, “No olvidemos que cada mujer puede ser víctima de violencia machista solo y exclusivamente, por el hecho de ser mujer“

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